viernes, 23 de septiembre de 2011

El Imperio Otomano I: dando brea


 
Estamos en 1299, los profetas anuncian el fin del mundo como cada vez que se acerca un número redondo y un minúsculo botón en la inmensidad de un imperio decide que ellos son los más grandes, los más fuertes y los más chulos y se dedican al noble arte de invadir, saquear y esclavizar. El jefe de estos tipos se llamaba Otmán I, vamos, de los Otmán de toda la vida, y tan cabrón debió de ser que para recordar lo cabrón que era sus súbditos decidieron llamarse otomanos, de esos que pegan mucho con las manos.

¿De dónde salen estos tipos?
Aunque cabrones, lo que se dice cabrones de verdad, eran unos chinos que se habían cruzado Asia entera y parte de Europa a base de flechas. Tanto, que unos pobres diablos que vivían en la estepa tuvieron que arramblar con lo poco que pudieron entre tanta flechita de las narices y salir por patas hacia el oeste mientras, con el puño al aire, insultaban a esos chinos llamándoles cosas muy feas como "mongoles" y cosas así. Corrieron mucho, tanto que para cuando pararon ya habían llegado a Anatolia y estaban entre amigos, unos que se hacían llamar selyúcidas porque admiraban mucho a Seleuco y tenían pósters suyos por todas partes. No eran tan pringaos como los Beliebers, pero casi.
Los selyúcidas le dijeron a Ertogrül, el jefe de esos buenos corredores cagazas, que podían quedarse con ellos si estaban quietecitos y calladitos en un rincón y no molestaban a los mayores, que ya tenían bastante con los griegos (otra vez). Otmán, hijo de Ertogrül, dijo que su viejo podía repanchingarse en el sofá y tragarse todas las pelis carcas que quisiera, pero que él se iba de parranda con unos cuántos amigotes todas las noches. Volvía hecho un cristo siempre porque era un broncas, y además de los que querían recibir el primero, pero también se traía una fortaleza cristiana más o un pueblo turcomano más de recordatorio, por lo que a los selyúcidas les pareció que podían aprovecharse de él y utilizarle para darle de puñetes al personal, y aunque Otmán dijo que vale, que se lo pensaría y tal, puso como condición que todo lo que ganara se lo quedaba para él solito.
Así, del poblacho que les dieron para que el bueno de Ertogrül sembrara patatas, en mitad de la nada, para cuando Otmán estiró la pata por gota tenían tres ciudades gordas, el control del estrecho de Dardanelos y una fama de macarra tal que los suyos le dedicaban una oración todos los viernes, no fuera a enfadarse.
Pero si malote era Otmán, aún peores fueron su hijo Orhan y su nieto Murad. Éstos estaban como locos por tocar teta griega, que decían las tenían más grandes, y no se les ocurrió mejor idea que cruzar el estrecho, pasearse por Tracia y Macedonia y de paso quedarse con todo. Lógicamente, no sólo se quedaron con la chica, sino que además lo hicieron dos veces cada uno y con hijas de emperadores griegos. A la muerte de Murad, ya tenían un reino del mismo tamaño que España entera y el Califa de El Cairo, el pez gordo de los creyentes, le había visto cara de buen tipo y le permitió llamarse a sí mismo sultán (LOGSE: el amo del cotarro).

Insaciables ellos
Los otomanos, como veían que los europeos eran muy fáciles de matar, le cogieron afición. A base de ir dándole fuerte a la babucha y a la cimitarra se merendaron Serbia y Bulgaria primero y luego se fueron a por los selyúcidas, que ahora eran de los malos porque les debían dinero y se hacían los escandinavos, los muy agarraos. De ahí que de pronto se las vieran con que de Belgrado a Trebisonda y del Danubio a Rodas todos (ahí es nada) eran siervos de la Sublime Puerta (LOGSE: el capo, el sultán, el tipo con cientos de mujeres y algunas cuántas concubinas amigas con derechos más).
Así estaban las cosas cuando decidieron que ya era hora de darle una vuelta de tuerca al arte de meter miedo en el cuerpo. A un tipo sin amigos y enfadado con el mundo, que casualmente salía de farra con el sultán, se le ocurrió un plan maligno y en pleno pedo se lo contó a su coleguita, pensando que así se tiraría el pisto y podría entrarle a una de las concubinas del jefe, que estaba para matar una ballena a chancletazos. Pero resulta que al sultán la idea le pareció mucho mejor que la que él tenía (ir haciendo 'buh!' por la espalda de sus enemigos) y decidió ponerla en práctica de inmediato.
A partir de entonces, se estableció un impuesto especial en especies (devshirme) que consistía en entregarle al sultán a tu hijo desde que es pequeño para que fuera programado y entrenado para ser un Terminator. A ojo de nuestros días puede parecer algo así como incómodo y tal, pero resulta que para los padres era un honor y molaba porque, además de recibir un dineral, al chaval le hacían la prueba para el Real Madrid y a lo mejor llegaba a Primera y todo, o su equivalente medieval: estos niños, cuando les salía pelo en el pecho, formaban la mejor infantería de Oriente y además su mera presencia acojonaba a cualquiera. Eran los jenízaros.

Con éstos en el bolsillo y dispuestos a matar y morir por su sultán, los siguientes años fueron un paseo. Se cargaron a los serbios (batalla de Kosovo, 1389) e hicieron que éstos tuvieran su pérdida de Cuba desde entonces, acabaron con los albaneses y lo que quedaba de Bulgaria y, para rizar el rizo, en 1453 reventaron todas las listas de éxitos con un single que aún pega fuerte en las sesiones remember: ¡Toma Constantinopla! Ese temazo impuso una nueva era y la Edad Media acabó con los turcos con más hambre que nunca. Sí, los europeos decían no estar muy a gusto mirando a La Meca y protestaban bajito y refunfuñaban, pero nadie les hacía mucho caso y pasaban de ellos.

La Historia llega entonces a un punto culminante. Estamos ahora en 1462 y Mehmet II tenía su turbante puesto en un pequeño reino llamado Valaquia y cuyo rey era un tipo muy loco y de enormes bigotes al que le iba el rollo sado-gay pero en versión hardcore (por lo que nadie tenía lo que había que tener para reírse de él y mucho menos para desafiarle). Ese rey locaza se llamaba Vlad Tepes y se le conocía como El Empalador y también como Dracul, vamos, una joyita. Él solito frenó a los turcos unos cuántos años hasta que el rey de Hungría, el vecino de al lado, se hartó de tanta sangre y tantos empalamientos en las zonas comunes y que le afeaban el paisaje y lo apartó un rato hasta que entendió que ese gayer era lo mejor que tenía para alejar al turco de sus propias tierras. Otros vecinos, Moldavia y Bosnia, quisieron poner las mismas caras de loco que Drácula, pero como no tenían su carisma y sus bigotazos quedaron muy mal y se rindieron avergonzados. Pronto les seguiría el propio rey de Hungría.

En 1529 Solimán, hasta arriba de peyote, se creyó el amo del planeta y pensó que su poder era tan grande que sería capaz hasta de conquistar Viena. Se apostó con un colega que en un invierno estaría tomándose un café en sus palacios y allá que se fue a sitiarla por primera vez. Cuando le vino el bajón y vio el percal tuvo que admitir que se había tirado demasiado el pisto: había unos tipos vestidos de luces y con acento andaluz que no paraban de darle problemas y además había alemanes, y ya se sabe que los turcos y los alemanes sólo se llevan bien cuando conviven en Alemania y no era el caso. Solimán pasó de Viena ('bah, si en el fondo me da igual, es un zorrón y en realidad la que me mola es Bagdad') y se fue a conquistar Bagdad, para poder ver a tías en bolas bailando, y ya de paso quedarse con todo el Oriente islámico para él solito: La Meca, Medina, Jerusalén, Damasco... y el tío seguía creyendo que podía ligarse a unas cuantas más, por lo que decidió que, puestos a ser antiespañoles, qué mejor que aliarse con un francés. A Francisco I, rey de Francia, le encantó el rollo que tenía Solimán cuando se iba de juerga y aunque él era un poco más blandito, le seguía como un perrito faldero cuando iban a por tías, sobre todo cuando eran las que le molaban a Carlos V, que rabiaba porque no tenía tanta pasta para ir fardando y, envidioso, le dijo a su hijo Felipe eso tan famoso de 'a ese pintas de ahí le tienes que dar duro, prométemelo vivediós y votoatal'.
Dicho y hecho.

El hijo de Solimán, Selim II, salió rana. El tío prefería quedarse en casa los fines de semana jugando al WoW y trolleando foros en vez de ir en plan conquistador. Sólo se había ligado a Chipre y aún así iba diciendo por ahí que era mejor que su viejo. Felipe, que llamaban Segundo porque pinchaba siempre después que su padre, vio la oportunidad de vengarse por su viejo y se juntó con unos cuántos para darle una paliza a Selim, que como estaba gordo no podría correr mucho.
Era 1571 y Selim estaba dándose una vuelta por un garito llamado Lepanto, buscando cómics de Norma, cuando se encontró con la banda de Feli, que se llamaba Santa Liga porque con ellos ligaban hasta las más estrechas. Estaban con él el Papa, Venecia, Génova, Saboya y unos tipos de Malta. Selim iba con más gente y en teoría tenía las de ganar, pero no eran más que frikis y nada malotes, por lo que se llevaron la tunda de su vida y más, y el palo fue tan gordo que los turcos se acojonaron un poco, pero sólo un poco, y dejaron de invadir tanto.

http://www.esacademic.com/pictures/eswiki/73/ImperioOtomano1683.pngAunque, en realidad, ya habían invadido todo lo invadible y el Imperio Otomano había alcanzado su máxima extensión. El Mediterráneo oriental era suyo, el Mar Negro también, controlaba puntos clave como el golfo de Adén y el Pérsico y le invitaban a todos los saraos.
El problema era que Mehmet IV quería más. Como todo turco desde Solimán, tenían a Viena metida entre ceja y ceja y aunque la ponían a caldo siempre que podían, en el fondo estaban colados por ella y suspiraban y escribían poemas ñoños en las puertas de los baños, la acosaban a mails y no se ponía al messenger, por lo que decidieron que ya estaba bien y en 1683 150.000 turcos llegaron a las puertas con ganas de guerra.
El único problema es que Viena ya no era la chiquilla capital de un archiducado de nada, ahora era nada más y nada menos que la capital de un Imperio y se las daba de importante y creída en plan diva. Tampoco le bajaba los humos que el resto de Europa le bailara el agua y estuvieran dispuestos a ayudarla: al final Mehmet IV tampoco se la llevó al catre y ahí empezó su punto de inflexión.


lunes, 9 de noviembre de 2009

El muro de Berlin y el bollo con crema

Hoy se cumplen 20 años de la caída del muro de Berlín. Se supone que el aniversario no celebra la demolición de un muro sino la caída de todo un sistema, el comunista, cuya teoría les sonará bonita a unos cuántos pero cuya práctica no piensa lo mismo.
La historia, en clave logsiana, vendría a ser más o menos así:
El 8 de mayo de 1945 termina oficialmente la II Guerra Mundial. Alemania se rinde incondicionalmente y, como le habían dado mucho para el pelo, ni siquiera era capaz de mantenerse a sí misma. Los ganadores -USA, UK y la URSS- decidieron repartirse el país en función de los pedacitos que habían conseguido invadir. Como Francia esperaba que su grandeur siguiera como estaba (y De Gaulle sabía llorar muy bien, el jodío) también la incluyeron en el lote.
Pero claro, no puedes invitar a merendar a un mod, un rockabilly, un bakala techtonik y a un soviético [N del T: los rusos nos han legado muchas cosas útiles como el vodka o las matroshkas, pero no tribus urbanas] sin que lluevan hostias. Así que en 1949 los primeros decidieron juntar sus pedacitos y formar un país al que llamarían República Federal Alemana (RFA). A los rusos no les hizo ninguna gracia y, como no querían sentirse menos, no tardaron ni seis meses en montarse una réplica que llamaron República Democrática Alemana (RDA) no sin cierto sentido irónico del humor, por lo de 'democrática' más que nada.
Las cosas habrían transcurrido de algún modo diferente de no haber un pequeño inconveniente: no sólo se había troceado Alemania. Berlín también había sido cuarteada siguiendo el mismo modelo: el oeste de la ciudad era "propiedad" occidental (tres sectores inglés, francés y yankee) y el este soviético. Para ir de un sector a otro se necesitaba tener un salvoconducto o un pase. Cosa chunga cuando tenías el salón en zona inglesa y la cocina en zona soviética. Las tres zonas occidentales se unieron formando el Berlín Occidental, que aunque se decía que era parte de la RFA en realidad era más un minipaís que otra cosa.
Una vez montados los paripés de los países, pudieron ignorarse mutuamente mirándose de soslayo en plan 'mucho ojito conmigo, tío, que tengo armas nucleares hasta en el ojete'. Al invento lo llamaron Guerra Fría porque por la época no había una Leire Pajín que le diera un nombre más planetario y que molara.
Así, en Berlín había barrios comunistas y barrios capitalistas. Al principio las fronteras eran bastante de risas (un poco como las de Andorra, sin Guardia Civil pero con tanques más pendientes de los tanques del otro lado que de comprobar quién cruzaba) y los berlineses del este (y en general gente del Bloque del Este) cruzaba a cascoporro como quien dice que va a por tabaco y no vuelve. Se dice que de 1949 a 1961 cruzaron unos 3 millones de personas. Ahí es nada. Lo raro es que quedara alguien, visto lo visto.
Pero quedaba la gente suficiente para que los mandamases de la RDA dieran un puñetazo a la mesa y gritaran 'hasta aquí llegamos, camaradas'. Si el paraíso socialista [la RDA era, de largo, el más mejor de todos] no bastaba con retener a la gente, tal vez un "obstáculo" les ayudara a pensárselo mejor.

El 13 de agosto de 1961 se cerró la frontera a cal y canto. Nadie entra y nadie sale. Se bloquearon los túneles del metro y todos los autobuses que cruzaban la frontera dejaron de funcionar. Como resultaba complicado explicar que lo construían para dejar de perder gente, se dijo que el muro era un muro de "protección antifascista", aunque curiosamente las 'protecciones' estaban del lado de la RDA, pero eso no eran más que futesas, minucias de un plano leído al revés. Que hasta los eficientes alemanes meten el cuezo alguna vez.
De ahí que, toda vez que el Muro de piedra y hormigón rodeaba completamente la zona "capitalista", llegara un tal John Fitzgerald Kennedy (JFK para los amigos del aeropuerto de Nueva York) en el 63 y dijera "ich bin ein Berliner", que vendría a ser algo así como 'yo soy un dónut relleno de crema'. Aquella revelación, claro, dejó al camarada Jrushov (Nikita para Elton John) algo confuso, tal y como confesaría en su diario personal: 'yo siempre creí que en realidad era un panellet, esto demuestra que no se puede confiar en los burgueses capitalistas. Yo por mi parte prefiero seguir siendo una eficiente chapatita candeal'.
Así, el mundo siguió girando unos cuantos años. La RDA ganaba medallas en los Juegos gracias a sus travestis, se jugó un RDA-RFA en un Mundial de fútbol y todos contentos, comunistas unos y capitalistas (o demócratas, como se prefiera) los otros.

Pero el invento no podía durar. Ya lo intuía Gorbachov (el tipo de la mancha en la calva) cuando llegó al poder en el 85. Checoslovaquia se les había sublevado unos años antes y Polonia tampoco parecía muy dispuesta a seguir bailando el agua. Hungría se desangraba, Yugoslavia se agrietaba y Rumanía tenía a los Ceaucescu, que no es poco.
Así las cosas, el bueno de Mijaíl se inventó la perestroika, que en cristiano vendría a significar 'vale, yo también quiero un Rólex'. Empezaron entrando productos y divisas, pero al final acabó saliendo la gente. Lo descubrieron unos campistas húngaros cuando se perdieron por el bosque: andando, andando, llegaron a Viena y nadie les había dado el alto. Era el verano de 1989 y la voz corrió como la pólvora. Como entre los Países del Este no había controles en las fronteras, a nadie pareció sorprenderle que de repente a muchos les apeteciera pasar unos días en Hungría. Lo que pasa es que no se les volvía a ver el pelo, a los jodíos. Y es que unos días antes Budapest había abierto sus fronteras con Austria, sin restricciones pero también sin avisar. El Telón de Acero tenía un boquete.
Poco después dimitía Honecker, jerifalte de la RDA. Y tras él se fue todo el gabinete. Ya nadie creía en el invento y no sabían cómo salir del atolladero. La URSS no se ponía al teléfono ('¡soy una rica chapata candeal, soy una rica chapata candeal!') y la Stasi -el CNI versión chunga- ya no tenía a quién espiar. Estaban gordos y aburridos.
El 9 de noviembre de 1989, en una rueda de prensa rutinaria -y, por lo tanto, obviamente retransmitida en directo para toda la RDA y de visionado obligatorio- un tal Schwaboski, sudoroso y agobiado, sólo pensaba en salir a tomarse una cerveza. Un periodista italiano le hizo una pregunta acerca de un farragoso anuncio hecho público un par de días antes acerca de no sé qué de las "restricciones que habían sido suprimidas". Como no tenía especiales ganas de explayarse, Schwaboski sacó un papel del bolsillo y leyó el siguiente comunicado: "los panellets, quiero decir, los berlineses del este pueden ir a comer dónuts rellenos de crema". El periodista italiano, flipando un poco, preguntó que desde cuándo. Y el bueno de Schwaboski, rascándose la cabeza porque no había leído el papel entero -y la fecha no estaba hasta el final de la hoja- en lugar de decir "a partir del 10 de noviembre" tal y como le venía indicado dijo "en cuanto termine de decir esta frase... que no, que era broma, quiero decir inmediatamente". Luego se supo que le susurró a Gerhard Beil, que le tenía al lado, aquella mítica pregunta: '¿soy el único al que le ha entrado hambre?'.
El resto es historia. El muro fue derribado al más puro estilo teutón (a martillazos) y la RDA, el paraíso comunista, dejaba de existir. Dos años después sería la mismísima URSS la que corriera la misma suerte. El sistema comunista por antonomasia se desintegraba.

martes, 1 de septiembre de 2009

II Guerra Mundial: La cosa esa de los nazis

Se me acumula el "trabajo" después de autoproclamar mi propio mes de vacaciones pagadas y dejar por el camino una redecoración, un par de proyectos y la sartén con la que freía los huevos.
A todos los que se dieron un paseo por aquí estos últimos días y se encontraron con que me rascaba el forro con demasiada fuerza sólo puedo decirles que "ya os vale, panda de vagos" y que fue sin querer queriendo.

Cuando desperté esta mañana y me tomé el primer café -sin pensar en que antes de salir podría ser una buena idea mirarse a un espejo para ver si la almohada se puso creativa con mi pelo durante la noche, y parece ser que le dio un punto kitsch a juzgar por cómo me miraron en el bar- no tenía ni idea de que hoy, uno de septiembre de 2009, era un día especial. Bueno, en realidad no más que cualquier otro que esté de aniversario, pero todo freak de la Historia con mayúsculas sabe que tal día como hoy, hace 70 años, el mundo cambió para siempre. Y, tal y como solemos hacerlo los humanos, empezamos a hostias.

Hace 70 años unos tipos altos, rubios, con cara cuadrada y cascos redondos -comandados por un tipo bajito, moreno y cara de triste con gorra de plato, curiosa ironía- se pusieron a pegar tiros a los vecinos que tenían a su derecha, unos meapilas que vivían en un país que se llamaba como un programa de TV3 Polonia. Apenas unos días después, los vecinos que éstos tenían a su vez a su derecha, envalentonados de vodka y a ritmo de balalaika también entraron pegando tiros. Lo que en lenguaje militar se conoce como "movimiento de tenaza" y en lenguaje castizo, "una putada de cagarse por la pata 'abajo".
_Espera, espera... ¿me estás diciendo que Hitler, un redomado fascista, y Stalin, un bigotudo comunista, se pusieron de acuerdo para invadir Polonia juntos y en alegre compañía?
No sólo eso. Unos pocos días antes se había firmado el Pacto Molotov-Ribentropp por el que ambas democratísimas potencias se repartían el espacio que había entre ellas, desde Finlandia hasta Rumanía. En ese pacto, ambos prometían no mandar un obús demasiado fuerte para así tener un problema menos y facilitar las cosas en eso de invadir y tal.

El único problema, con el que ya contaban, era que los llamados Aliados (entonces UK y Francia, USA aún no tenía amigos con los que juntarse) no tardaron ni dos días en declarar la guerra a Alemania, y todo porque los polacos, que se olían el pastel, obligaron a los ingleses a firmar con ellos un tratado por el que si "alguien y-no-miro-a-nadie" les invadía, Londres inmediatamente se pondría de uñas. Fuera quien fuera, como por ejemplo un país que empieza por A y termina en 'lemania'.
Stalin, que se olía la jugada, supo esperar unos días para invadir su trozo de terreno y evitar así que los Aliados se enfadaran también con ellos. No sólo eso, en un asombroso movimiento de cadera, consiguió por un lado salirse con la suya en lo que a invadir se refería y estar a buenas con los guiris.
Mientras, la gabachada temblaba y no por nada: a fin de cuentas, Polonia no es tan grande y una vez que se hubieran hartado de matar cosacos, a los alemanes no les quedaría otra que mirar hacia el oeste para calmar sus ansias de expansión, en un valiente eufemismo llamado "espacio vital alemán" que venía a ser, así a ojo de buen cubero, el mundo entero y parte de la Luna.
Merendados los polacos, y oficialmente en guerra con Francia, a los alemanes les dio por ponerse chulitos: que si ataco, que si no ataco, que si "huyyy, ¡mosqueo!"... dejando a los pobres franchutes con un ataque de nervios de aquí te espero:
_Pero ¿vais a atacar ya, pour l'amour de Dieu?
Hitler, mientras, les miraba de soslayo con sonrisita cabrona. No por nada, sino porque se divertía viéndoles cocerse en su propia salsa, sin atreverse a disparar primero, mientras Dinamarca se rendía sin pegar un tiro y Noruega sólo resistía un par de meses. Con el Norte asegurado, decidió que ya era hora de andar lanzando petardos por el oeste... pero aún esperaría un poco más antes de sacudir a quienes realmente quería.
El 10 de mayo de 1940 termina la espera invadiendo a cascoporro, que para eso son nazis. Para que os hagáis una idea de lo brutos y eficientemente alemanes que eran, en tan sólo mes y medio Francia (que se suponía tenía el ejército más grande de Europa) firmó el armisticio, se rindiera y les regalara París y dos tercios siempre y cuando fingieran que seguían mandando ellos, poniéndose como nuevo nombre el de una conocida marca de agua que habían bebido en la comida aquella mañana. Una vez sometidos los enemigos del continente, y toda vez que empezaba a hacerse el loco cada vez que Stalin intentaba llamarle, al enano del bigote a lo Charlot (no, Franco no) se le antojó que quería poder cazar el zorro en Hertfordshire y qué mejor manera de hacerse amigos que bombardeando Londres durante siete meses.

A partir de aquí, según todas las películas chachis que nos hemos ido tragando, se supone que los malos -los nazis, por si hay algún despistado- empezaron a perder. Es lo que tiene Hollywood, que está lejos. En realidad, antes de lo que se dice "empezar a perder" a los de la cruz gamada y el saludo romano les dio tiempo a merendarse Libia, Yugoslavia, Grecia, Bulgaria, Hungría y Rumanía (e Italia se conseguía Albania y un trocito de Túnez). Y todo en apenas un año.
No, en realidad cuando empezaron a perder fue cuando al enano austriaco (país que se anexionó por su cara "bonita" en 1938) se le metió entre las cejas que, como ya no le quedaba nada por invadir, tan sólo le quedaba la URSS para ahostiarse. Y en invierno, además, que los chulos en realidad no eran ni fueron nunca los madrileños, sino él.
3 millones y medio de soldados alemanes entraron en la Unión Soviética el 22 de junio de 1944. Pensaron que, como se merendaron Francia en un mes, antes de Navidad habrían llegado a Vladivostok (que, para los que no han leído nunca a Ibáñez, es la ciudad rusa más oriental, casi fronteriza con Corea del Norte) porque "ellos son asín".
_Pero... ¿no fue algo parecido lo que hizo palmar a Napoleón?
Eso es lo que nadie se explica. Que un enano coñón la cagara 100 años antes y otro enano coñón no hubiera aprendido la lección. Una verdadera lacra para nosotros, los enanos, tener a semejantes tíos como referentes: de los tres millones y medio que entraron en Rusia, apenas 900.000 pudieron volver por patas para morir de camino a Berlín. Eso sí, dejaron tras de sí unos 25 millones de muertos entre rusos y amigos.

El resto es ya de sobra conocido. Que si los americanos, que si a Ben Affleck le ponen los cuernos en Pearl Harbour, que si Tom Hanks salvando al soldado Ryan y Vin Diesel palmando en plan héroe...
Así nos luce el pelo.